Visión de todos mis días
Juan Clemente Zenea-LÁGRIMAS
Ave que cruzas callada
el mundo de mis delirios,
blanca azucena brotada ,
en un vaso de cristal;
visión de todos mis días,
sueño de todas mis noches,
hermosa flor que vivías
con aliento mundanal.
¡Bella mujer! ¿qué te has hecho?
¿Por qué no siento tu mano
tocar mi frente y mi pecho,
y encender mi corazón?
Ave errante, ¿dónde fuiste?
¿Te has marchitado, azucena?
Sueño, ¿te desvaneciste?
¿Te evaporaste, visión?
¿Do están tus rayos, estrella?
¿Do te has ido, hija del cielo,
la del alma pura y bella,
la del rostro angelical?
¡Acaso en tus sinsabores
llorando está, mi adorada,
tus desdichados amores
y mi destino fatal!
Cuando la tierra se viste
con su ropaje de viuda,
y asoma la luna triste
en la azulada región,
por mi mejilla descienden,
salobres y abrasadoras,
gotas, ¡ay!, que se desprenden
de mi enfermo corazón.
Porque a estas horas me acuerdo
de mi existencia pasada,
y en ella no hay un recuerdo
que amargo deje de ser.
De mi vida cada escena
es una historia de luto,
cada memoria una pena,
cada instante un padecer.
Entonces se me aparece
tu imagen de fada errante
que sobre la mar se mece
al morir radiante el sol.
Entonces tus ojos miro
aun más negros que la noche,
y en tu hermosa faz admiro
las tintes del caracol.
Entonces, saben los cielos
que me acusa la conciencia
proporcionarte desvelos
con mi torpe ingratitud,
¡y sabe Dios, alma mía,
que tu tormento y tu llanto
contribuyeron un día
a entristecer mi laúd!
Sobre sus cuerdas rodaron,
una tras otras perdidas,
las lágrimas que brotaron
tus ojos en tu aflicción.
Desahogando tus pasiones
al descender temblorosas,
formaron lánguidos
con su tenue vibración.
Son perlas, ángel divino,
que valen más que mi vida,
y aun más de lo que el destino
me quisiera conceder,
¡oh! ¡si pudiera beberlas,
yo en mi pecho guardaría
esas blanquísimas perlas
que están secando tu ser!
¡Pero mi boca es impura,
y ese raudal de diamantes
presta brillo a tu hermosura
y consuelo a tu dolor!
Mis labios tu faz tocando
no habrán de mancharla, hermosa,
tú estás de amores llorando,
¡y quiero verte llorar...!
La Prensa de La Habana,
Sábado, 6 de octubre de 1849.
Ave que cruzas callada
el mundo de mis delirios,
blanca azucena brotada ,
en un vaso de cristal;
visión de todos mis días,
sueño de todas mis noches,
hermosa flor que vivías
con aliento mundanal.
¡Bella mujer! ¿qué te has hecho?
¿Por qué no siento tu mano
tocar mi frente y mi pecho,
y encender mi corazón?
Ave errante, ¿dónde fuiste?
¿Te has marchitado, azucena?
Sueño, ¿te desvaneciste?
¿Te evaporaste, visión?
¿Do están tus rayos, estrella?
¿Do te has ido, hija del cielo,
la del alma pura y bella,
la del rostro angelical?
¡Acaso en tus sinsabores
llorando está, mi adorada,
tus desdichados amores
y mi destino fatal!
Cuando la tierra se viste
con su ropaje de viuda,
y asoma la luna triste
en la azulada región,
por mi mejilla descienden,
salobres y abrasadoras,
gotas, ¡ay!, que se desprenden
de mi enfermo corazón.
Porque a estas horas me acuerdo
de mi existencia pasada,
y en ella no hay un recuerdo
que amargo deje de ser.
De mi vida cada escena
es una historia de luto,
cada memoria una pena,
cada instante un padecer.
Entonces se me aparece
tu imagen de fada errante
que sobre la mar se mece
al morir radiante el sol.
Entonces tus ojos miro
aun más negros que la noche,
y en tu hermosa faz admiro
las tintes del caracol.
Entonces, saben los cielos
que me acusa la conciencia
proporcionarte desvelos
con mi torpe ingratitud,
¡y sabe Dios, alma mía,
que tu tormento y tu llanto
contribuyeron un día
a entristecer mi laúd!
Sobre sus cuerdas rodaron,
una tras otras perdidas,
las lágrimas que brotaron
tus ojos en tu aflicción.
Desahogando tus pasiones
al descender temblorosas,
formaron lánguidos
con su tenue vibración.
Son perlas, ángel divino,
que valen más que mi vida,
y aun más de lo que el destino
me quisiera conceder,
¡oh! ¡si pudiera beberlas,
yo en mi pecho guardaría
esas blanquísimas perlas
que están secando tu ser!
¡Pero mi boca es impura,
y ese raudal de diamantes
presta brillo a tu hermosura
y consuelo a tu dolor!
Mis labios tu faz tocando
no habrán de mancharla, hermosa,
tú estás de amores llorando,
¡y quiero verte llorar...!
La Prensa de La Habana,
Sábado, 6 de octubre de 1849.
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