Me vencieron
Hay cosas que he desechado en el baúl de lo “inentendible”. Diría que renuncié, me vencieron, no aguanté, me superaron. Me niego a desgastar mi cerebro un instante más en tratar de encontrarle alguna lógica, algún, al menos mínimo, sentido. En el bulto –confieso que son varias, demasiadas– resaltan el regreso de Fidel Castro, las “medidas” de Raúl Castro, los firmantes de las cartas abiertas de la UNEAC, la sesión extraordinaria de la Asamblea Nacional, el chisme con Elián González, la mente de Randy Alonso, los muertos de Mazorra, el permiso de salida, la utilidad “ideológica” de la Mesa Redonda, la ética del médico de Orlando Zapata Tamayo, la vergüenza de los que llevan hoy uniforme verdeolivo o la moral de los militantes del Partido. La lista, les juro, puede volverse extremadamente larga.
Sin embargo, hay otro tipo de eventos rebeldes a caer en el saco, tampoco los entiendo –incluso los entiendo menos–, pero no puedo dejar una y otra vez de volver a ellos, de analizarlos, desmembrarlos. Me obsesionan, me quitan el sueño. Siento que no deberían ser, más bien que NO pueden ser. Mi racionalidad me dicta que son imposibles, mi cerebro me grita desesperado que no existen personas que se presten para golpear e impedirle a una madre ir al cementerio a ponerle flores o rendirle homenaje a su hijo muerto.
Me pongo científica, quiero analizar como en un reality show: yo quiero saber qué hacen cada uno de los represores (actores y directores) de Reina Luisa Tamayo cuando llegan a sus casas. ¿Ponen la olla de frijoles? ¿Abren las ventanas cuando cae la tarde? ¿Abrazan y besan a sus hijos antes de dormir? ¿Duermen con sueño inocente o las pesadillas acechan sus madrugadas? ¿Ríen a carcajadas? ¿Se miran al espejo, qué ven? ¿Les gusta la lluvia? ¿Conversan con sus vecinos? No logro evitarlo, mi mente hace sus cálculos y descubre que es descabellado: a lo mejor no respiran oxígeno, o quizás no sean mamíferos, sentencia. Entonces yo protesto: ¡No, ya te dije, son humanos, humanos como los demás! Pero la otra yo, imparcial, no se deja conmover: Tienen que ser otra especie, tienen que ser otra especie, tienen que ser otra especie.
Tirado daqui.
Sin embargo, hay otro tipo de eventos rebeldes a caer en el saco, tampoco los entiendo –incluso los entiendo menos–, pero no puedo dejar una y otra vez de volver a ellos, de analizarlos, desmembrarlos. Me obsesionan, me quitan el sueño. Siento que no deberían ser, más bien que NO pueden ser. Mi racionalidad me dicta que son imposibles, mi cerebro me grita desesperado que no existen personas que se presten para golpear e impedirle a una madre ir al cementerio a ponerle flores o rendirle homenaje a su hijo muerto.
Me pongo científica, quiero analizar como en un reality show: yo quiero saber qué hacen cada uno de los represores (actores y directores) de Reina Luisa Tamayo cuando llegan a sus casas. ¿Ponen la olla de frijoles? ¿Abren las ventanas cuando cae la tarde? ¿Abrazan y besan a sus hijos antes de dormir? ¿Duermen con sueño inocente o las pesadillas acechan sus madrugadas? ¿Ríen a carcajadas? ¿Se miran al espejo, qué ven? ¿Les gusta la lluvia? ¿Conversan con sus vecinos? No logro evitarlo, mi mente hace sus cálculos y descubre que es descabellado: a lo mejor no respiran oxígeno, o quizás no sean mamíferos, sentencia. Entonces yo protesto: ¡No, ya te dije, son humanos, humanos como los demás! Pero la otra yo, imparcial, no se deja conmover: Tienen que ser otra especie, tienen que ser otra especie, tienen que ser otra especie.
Tirado daqui.
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