Havana
Pablo Armando Fernández-La Habana
" En mi niñez La Habana
era en la radio voces,
que entre estaciones varias,
hacían su itinerario hasta llegar a casa.
A veces toda canto, a veces toda vida
de seres reales o imaginarios
en orbes que nutrían el universo.
Diré que hallé en la radio
la antena con La Habana soñadora.
En el largo camino
desde Delicias hasta Nueva York,
contemplando laureles y leones
me detuve en las sendas
del Paseo del Prado: Zenea y el mar,
el Capitolio, Monte y la CMQ,
el parque fraternal., todo soñado,
tal vez visto en revistas.
Esa noche, antes de irme al hotel
Isla de Cuba, ensimismado, escuché
las voces ancestrales de las Anacaonas
que en cantos celebraban
a la India y su fuente con delfines,
desobedientes a la afección que
Ballagas les mostrara, aún lloran sin consuelo
sobre la taza gris de piedra vieja.
En la mañana, antes de dar el salto
entre Rancho Boyeros y Miami,
Temprano me adentré en las calles y plazas
a contemplar sus casas y sus aceras.
Allí están la mirada, los pasos, el aliento
de quienes animaron la ciudad
en los siglos pasados.
Entonces, las estaciones dejaron
de ser voces radiales, de una a otra estación
llegaba a Nueva York desde Miami.
Allá entre torres y ríos recuperé
con la poesía que me acompañaba
las voces en sintonía con mi ser
y regresé a La Habana.
Esas voces dieron a mi existir
un cuerpo que es instrumento, herramienta,
un arma a veces, para darle vida
a lo que en mí es memoria.
Diré que esa memoria es la poesía que
otras voces en mí, encarnan en el verso
desde Heredia, Varela, Saco, Villaverde y Martí,
que han unido a La Habana y Nueva York
en abrazos que hermanan nuestras islas.
Ya La Habana era hogar a mi regreso.
En sus calles y plazas la poesía
que anima la mirada para asentar los pasos
de quienes las recorren, traza los signos
que perpetúan con amor la historia.
Aquí están mis precursores todos.
Que me imponen hacer de Abel progenia.
" En mi niñez La Habana
era en la radio voces,
que entre estaciones varias,
hacían su itinerario hasta llegar a casa.
A veces toda canto, a veces toda vida
de seres reales o imaginarios
en orbes que nutrían el universo.
Diré que hallé en la radio
la antena con La Habana soñadora.
En el largo camino
desde Delicias hasta Nueva York,
contemplando laureles y leones
me detuve en las sendas
del Paseo del Prado: Zenea y el mar,
el Capitolio, Monte y la CMQ,
el parque fraternal., todo soñado,
tal vez visto en revistas.
Esa noche, antes de irme al hotel
Isla de Cuba, ensimismado, escuché
las voces ancestrales de las Anacaonas
que en cantos celebraban
a la India y su fuente con delfines,
desobedientes a la afección que
Ballagas les mostrara, aún lloran sin consuelo
sobre la taza gris de piedra vieja.
En la mañana, antes de dar el salto
entre Rancho Boyeros y Miami,
Temprano me adentré en las calles y plazas
a contemplar sus casas y sus aceras.
Allí están la mirada, los pasos, el aliento
de quienes animaron la ciudad
en los siglos pasados.
Entonces, las estaciones dejaron
de ser voces radiales, de una a otra estación
llegaba a Nueva York desde Miami.
Allá entre torres y ríos recuperé
con la poesía que me acompañaba
las voces en sintonía con mi ser
y regresé a La Habana.
Esas voces dieron a mi existir
un cuerpo que es instrumento, herramienta,
un arma a veces, para darle vida
a lo que en mí es memoria.
Diré que esa memoria es la poesía que
otras voces en mí, encarnan en el verso
desde Heredia, Varela, Saco, Villaverde y Martí,
que han unido a La Habana y Nueva York
en abrazos que hermanan nuestras islas.
Ya La Habana era hogar a mi regreso.
En sus calles y plazas la poesía
que anima la mirada para asentar los pasos
de quienes las recorren, traza los signos
que perpetúan con amor la historia.
Aquí están mis precursores todos.
Que me imponen hacer de Abel progenia.
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